lunes, 15 de diciembre de 2008

¿Financieros o estafadores?

Acaba de saltar el (hasta ahora) último escándalo financiero. El inversor estadounidense Bernard L. Madoff es uno de los más admirados gestores de fondos e inversiones financieras, por no decir el que más. Cientos de multimillonarios y de bancos invertían en sus fondos, dedicados principalmente a movilizar los llamados hedge founds (valores muy arriesgados y precisamente por ello muy rentables). Entre ellos, y en grandes cantidades, el Banco de Santander.

En los últimos años, Madoff ha proporcionado ganancias multimillonarias en forma de tipos de interés muy elevados pero ahora se ha sabido que lo hacía a base de crear una "pirámide" de las que generalmente se cree que solo engañan a los tontos del pueblo y a pocos más. Con el dinero de los nuevos inversores pagaba los intereses a los anteriores y ahora todo se ha descubierto.

Nada mejor que esta experiencia (que no va a ser la última puesto que hay muchas entidades más que han venido realizando este tipo de actuaciones, de forma más o menos sibilina) para mostrar que las grandes finanzas de nuestra época no son sino una gran estafa, un juego de casino en que todos se hacen trampas entre ellos y que en sí misma se basan en una mera trampa. Consisten en mover virtualmente los fondos para cubrir unas operaciones con otras y generar beneficios de forma puramente contable, sin que haya de por medio actividad productiva alguna que genere valor real.

Y en esas operaciones no están involucrados solamente los viciosos de la especulación, los multimillonarios aburridos y dedicados solo a ganar dinero. No. Los que invierten en esos fondos, los que dedican los recursos a esas finanzas vacías e intrínsecamente fraudulentas son los grandes bancos (y por supuesto los españoles, como se acaba de conocer), las grandes compañías multinacionales, los fondos de inversión..., es decir, los llamados inversores "institucionales" que en lugar de estar generando recursos para la actividad productiva, para los empresarios y los consumidores, los dedican a realizar inversiones de casino en favor de ellos mismos o de sus clientes más privilegiados.

Ahora, una vez más, se producirán quebrantos patrimoniales en estos bancos, tal y como viene sucediendo en los últimos meses. Y de nuevo reclamarán el rescate y la ayuda de los poderes públicos: ellos pierden nuestro dinero en el casino y nosotros ponemos dinero nuestro para que vuelvan a hacer lo mismo y puedan seguir repartiéndose beneficios.

Nos querrán hacer creer que el caso de Madoff es aislado pero eso no es así. Su fraude es particular por su inmensa envergadura pero hay más, ha habido más, bajo una forma u otra pero siempre con la misma naturaleza básica. Lo que ahora acaba de descubrirse es la versión extrema del fraude financiero de nuestros días, el engaño palpable y elemental. Pero el hecho de que los banqueros más poderosos del planeta, y los que precisamente por ello tienen los mejores analistas, hayan caído en una elemental pirámide muestra un hecho esencial: no se trata de un accidente sino de la consecuencia de que se ha generalizado la estrategia constantemente orientada a sacar rendimiento de donde sea sin pararse a pensar ni sobre sus consecuencias sobre la economía y la sociedad ni sobre sus riesgos sobre los propios inversores. Bancos gigantescos como el Santander se han dejado lleva por la misma avaricia que arruina a las victimas del "tocomocho". Al final, a Botín le pasa lo mismo que al cateto al que engañaba Tony Leblanc con el timo de la estampita en las películas del franquismo: con tal de tener más dinero se tira a la piscina sin mirar si tiene agua.

La sociedad no puede seguir aceptando una situación como esta en la que cada dos por tres se destapa un fraude y, sobre todo, en la que ya no es posible disimular por más tiempo que los bancos se ha ido al garete por irresponsabilidad, mala gestión y avaricia desmedida. Hay que tirar de la manta. Tenemos el derecho a pedir cuentas, a saber lo que han hecho con nuestro dinero los grandes bancos y cuál es el volumen de riesgo que han acumulado y dónde. Y no podemos consentir que se siga dando dinero público a los bancos para que los bancos, primero lo tengan en depósitos más rentables y, luego, cuando les venga en gana, nos lo presten a tipo de interés. Es una desfachatez inaceptable y hemos de reclamar decencia a los gobiernos para que pongan orden y aseguren que los efectos de la gestión avariciosa e irresponsable lo paguen quienes la han llevado a cabo, no los contribuyentes.

Juan Torres López. Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla.

Los amos del mundo

Artículo del escritor español Arturo Pérez-Reverte, publicado en 'El Semanal' el 15 de noviembre de 1998. Ni Nostradamuns lo hubiese hecho mejor, la verdad.

Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla del ordenador, su futuro y el de sus hijos. Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o un índice de probabilidad del cero coma cero .

Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street, y dicen en inglés cosas como long-term capital management , y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.

Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo. Porque siempre ganan ellos, cuando ganan; y nunca pierden ellos, cuando pierden. No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tienen que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro. Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es mínimo.

Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia. Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático, y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados. Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja. Y de pronto resulta que no.

De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad. Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces, ¡oh, prodigio!, mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no. Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros. Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos, y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda.. Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la paga con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con su puesto de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida. Eso es lo que viene, me temo.

Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena. Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza.

En la red: Los lemmings y Europa

Por José Ignacio Torreblanca - El País

Los lemmings son unos pequeños y simpáticos roedores que se ven periódicamente sometidos a crecimientos de población tan descontrolados que pueden llegar a multiplicar su población por 10 en un brevísimo lapso de tiempo. La imaginería popular dice que estos animalillos se suicidan en masa saltando al mar, pero la realidad es más prosaica: aunque saben nadar, no pueden recorrer grandes distancias sin fatigarse, así que cuando en su atolondrada búsqueda de nuevos territorios llegan al mar, el miedo les hacer detenerse en los bordes de los acantilados. Con el tiempo, la presión de los que vienen detrás comienza a ser insoportable, de tal manera que comienzan a empujarse los unos a los otros hasta que al final caen todos en masa al agua.

Es difícil no ver un paralelismo en el comportamiento de los 27 Estados miembros de la Unión Europea, reunidos esta semana en el Consejo Europeo para aprobar las medidas anticrisis, intentar salvar el Tratado de Lisboa y lograr un acuerdo medioambiental de calado. Una vez más, el Consejo Europeo ha disfrazado como acuerdo histórico lo que no es más que una mínima coordinación de varias huidas hacia delante.

Aunque desde que el tiempo es tiempo, el humo siempre fue un indicador de fuego, la mayoría de los Estados miembros prefirieron esperar a ver las llamas de la crisis económica antes de gritar fuego. Pero visto lo visto, el diagnóstico común se ha detenido ahí: unos han echado a correr en la dirección de las nacionalizaciones bancarias, la rebaja de impuestos y el déficit público, mientras que otros, como Alemania, se han mostrado mucho más cautelosos a la hora de tirar por la borda años de esfuerzos de ajuste. Muy significativamente, los líderes europeos ni se han molestado en cambiar las reglas sobre déficit público, lo que hubiera significado conceder a la Comisión Europea un papel de árbitro de los programas de expansión fiscal de los Estados: simplemente han puesto dichas reglas en suspenso, junto con las normas que supervisan las ayudas públicas y garantizan la competencia. Así, empresas y Estados, al borde del acantilado, podrán empujarse desordenadamente en los años venideros y, con un poco de suerte, saldremos de esta crisis con otra magnífica espiral de dinero barato y burbujas financieras.

Algo parecido puede decirse de la supuesta solución adoptada para (supuestamente) satisfacer a Irlanda: según la última encuesta del Irish Times, que da sólo cuatro puntos de ventaja al sí (pero con un 18% de indecisos), ni siquiera con concesiones de calado como el mantenimiento de un comisario por país, está asegurada la victoria en un segundo referéndum. De aquí a octubre de 2009 (fecha en la que se celebraría la segunda consulta) pueden pasar muchas cosas, incluidas unas elecciones europeas en junio del año que viene de las que no se sabe qué temer más: una abstención masiva o la proliferación de partidos y votos antisistema, ambos con efectos importantes sobre la legitimidad del proyecto europeo. También aquí, una Comisión Europea con 30 o incluso 35 miembros tiene un evidente efecto lemming: es difícil pensar cómo sobrevivirá en términos de eficacia y, por tanto, de legitimidad, ante Estados y ciudadanos. Claro que todo ello son minucias comparado con la posibilidad de que el no gane por segunda vez, lo que obligaría a Europa a enterrar el Tratado de Lisboa y abrir otro largo periodo de negociaciones de incierto resultado.

Y para terminar, las cosas no son muy distintas en lo relativo al paquete medioambiental aprobado por los Veintisiete. La magia de los veintes por ciento (en la reducción de emisiones, la eficiencia energética y las energías renovables para 2020) está tan perfectamente lograda que induce tanto a sospecha como la agenda de Lisboa que, merece la pena recordar (aunque sea para sonrojarnos de vergüenza), prometió hacer de Europa antes de 2010 "la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de crecer económicamente de manera sostenible con más y mejores empleos y con mayor cohesión social". Hasta ahora, las industrias eléctricas, químicas, cementeras y otras altamente contaminantes han hecho un magnífico negocio a la hora de trasladar a los consumidores el coste de permisos por los que no pagaban nada sin a cambio reducir sus emisiones. Ahora, Gobiernos y empresas podrán escudarse en la competencia internacional y la crisis económica para ralentizar su ritmo de adaptación a un régimen donde de verdad rija el principio de "quien contamina paga". Así, mientras las propuestas originales de la Comisión Europea proponían que para 2020, las empresas pagarían por el 100% de sus emisiones, el acuerdo les permitirá pagar sólo por el 70%. Los lemmings saben que la vida en el borde del precipicio no es cómoda, pero es mejor que saltar al agua. Eso sí, al menos no hablan todo el día de "acuerdos históricos".

En la red: Grecia como síntoma

Os recomendamos que le echeís un vistazo previo a "La libertad no se da, se toma" y luego leaís el Editorial de El País de hoy. La comparación habla por si sola.

Grecia como síntoma
Los errores y excesos policiales deben ser un acicate para reforzar el Estado de derecho

Los sucesos vividos en las principales ciudades griegas a raíz de la muerte de un joven de 15 años a manos de la policía demandan explicación, pero en ningún caso justificación. A la espera de que la investigación judicial esclarezca los hechos, sólo cabe insistir en que la preocupación por la seguridad generalizada a raíz de los atentados terroristas de los últimos años debe conducir, no a una relajación, sino a un reforzamiento de las garantías con las que deben actuar los agentes policiales.

Su trabajo es hoy más necesario que nunca y, por ello, tiene que ser más escrupuloso que nunca. La desconfianza de los ciudadanos hacia las fuerzas de seguridad, o la revuelta contra ellas, como ocurre en Grecia, es una de las peores situaciones imaginables desde el punto de vista del objetivo que se persigue, la seguridad.

Los sucesos de Grecia no han sido los únicos. Aunque en cada caso por diferentes motivos, el Reino Unido vivió una auténtica conmoción a raíz del caso Menezes, el joven brasileño confundido con un terrorista y tiroteado por la policía poco después de los atentados de Londres; también Italia conoció un episodio similar con ocasión de la muerte de un manifestante antiglobalización en Génova. Con resultados menos dramáticos, Francia ha sido recientemente testigo de los abusos contra un corresponsal del diario Libération y el Reino Unido, del maltrato a un diputado tory. A esta lista habría que añadir los diversos episodios en los que se ha visto envuelta la policía autonómica catalana e, incluso, algunos casos pendientes de resolver por la justicia española, como las lesiones del etarra Igor Portu -uno de los presuntos responsables del atentado de Barajas- producidas en el momento de su detención en Arrasate.

La respuesta de algunos manifestantes radicales griegos debe ser condenada: la muerte de Alexis exige esclarecimiento y, en su caso, sentencia judicial, no una extensión del vandalismo a otras ciudades dentro y fuera de Grecia, como ha sido el caso de los recientes disturbios en Madrid y Barcelona. Los errores policiales, por graves que hayan podido resultar en ocasiones, no pueden ser una coartada para desacreditar la imprescindible y responsable labor de las fuerzas de seguridad en los Estados democráticos ni, menos aún, para la violencia callejera, sino un argumento para reforzar el funcionamiento del Estado de derecho y sus mecanismos de control. Ésa es la principal lección que cabe extraer de los sucesos que ha vivido Grecia, los primeros que se producen en el nuevo contexto social tras la crisis que afecta a la economía mundial.

Las dificultades sociales que sin duda se avecinan no pueden sorprender a los Gobiernos ni a los responsables de los cuerpos y fuerzas de seguridad. Es preciso que las policías democráticas se preparen para reafirmar su condición, para minimizar los riesgos de error, de manera que sigan siendo vistas y apreciadas como lo han sido hasta ahora.


Hay que cagarse, y disculpen ustedes lo soez de la expresión.

Los norteamericanos a los que nadie rescata

El presidente Bush estuvo hace un par de meses muy activo, tratando de convencer al Congreso de Estados Unidos para que aprobaran el plan de respuesta a la catástrofe financiera. Su principal argumento era que, de esa manera, se estaban evitando males mayores a las comunidades locales y a los ciudadanos. Lo cierto es que nadie quería comprar los fondos “tóxicos”, y la gran operación de rescate trataba de asegurar que fueran los contribuyentes los que lo hicieran.

Pero ese plan no va a resolver los problemas estructurales de fondo que han generado el pánico financiero; tan sólo terminó encontrándose una manera de aprobar los fondos públicos de rescate, apoyar una pistola en la sien de cada congresista: “O votas el plan, o los ciudadanos (tus votantes) van a pasarlo mal, muy mal”. El mensaje era diáfano: las irresponsables aventuras de Wall Street han de ser rescatadas por la gente de Main Street, la Calle Mayor, los ciudadanos de a pie, porque, si no, vamos al caos. Pasamos del laissez faire, laissez passer al laissez nous faire, laissez nous passer.
Mientras, en Nueva York y otras ciudades estadounidenses, hubo concentraciones de personas que respondían a ese acuerdo entre élites económicas y políticas poniendo de relieve el cinismo del sistema. “Hasta hace poco nos decían que 6.000 millones de dólares eran demasiados para proteger la salud de nueve millones de niños estadounidenses que no tienen cobertura sanitaria. Y ahora, lanzan la casa por la ventana para salvar el culo a sus amigos”, afirmó Arun Gupta, periodista de Indypendent, un medio de prensa alternativo de Nueva York (www.indypendent.org).

Lo cierto es que el nivel de protección social de la sociedad norteamericana no es precisamente para lanzar las campanas al vuelo, por lo que sorprende aún más que todo el esfuerzo gubernamental se concentre en recomponer el maltrecho sistema financiero, sin reconocer que mucha gente lo está pasando realmente mal en ese país. El eslogan utilizado en la campaña para la aprobación del plan de Henry Paulson ha sido Reinvest, reimburse and reform (Reinvertir, reembolsar y reformar), lo que de alguna manera recuerda el que se utilizó tras la gran crisis de 1929: Relief, reform and reconstruction (Alivio, reforma y reconstrucción). Pero esta vez el alivio es sólo para unos pocos, los de Wall Street. Socialismo para los bancos, neoliberalismo conservador para la gente.

Es significativo que la mayor organización de defensa de los intereses de las familias con bajos ingresos, ACORN (
www.acorn.org), que articula más de 400.000 familias en 110 ciudades en todo EE UU, haya lanzado una campaña con el significativo título de Bail Out Main Street Not just Wall Street (Rescatar a la Calle Mayor, no sólo a Wall Street).

En esa campaña se pide algo tan simple como que cada institución financiera que haya sido beneficiada por el plan de Paulson deba, automáticamente, reducir la carga financiera de las hipotecas que estén a su cargo, favoreciendo así la capacidad de pago de los propietarios hipotecados. Al mismo tiempo, se solicita que las instituciones financieras que no tengan a su cargo hipotecas, se vean obligadas a poner en marcha planes de ayuda para las comunidades más necesitadas. Y, además, se exige que se limiten los sueldos de los ejecutivos, vinculándolos de manera clara a los resultados reales de sus empresas.

Una de las campañas de ACORN que está teniendo más impacto, y a la que se han ido sumando otras organizaciones con sus propias iniciativas, ha sido la relacionada con la defensa de las familias norteamericanas que pueden perder sus casas en los próximos meses, al no poder cumplir sus obligaciones hipotecarias. Se calcula que más de dos millones de hogares pueden estar en esa situación en breve tiempo, ya que precisamente ése era el objetivo de las hipotecas subprime: convencer a los NINJA (No Income, No Jobs, no Assets; sin rentas, sin trabajos, sin patrimonio) de que ellos podían también acceder a una vivienda.

En 2006 casi el 50% de las hipotecas basura fue a parar a hispanos de bajos ingresos, y son ellos, precisamente, los más vulnerables en esta nueva fase. Medio millón de hispanos han perdido sus empleos en EE UU desde inicios del 2007, y la situación se agrava por momentos. Es evidente que los 12 millones de “sin papeles” de ese país van a ser los primeros en ser despedidos y/o deportados.


En Estados Unidos el salario mínimo por hora era hasta el año pasado de 5,15 dólares hora (3,70 euros). Una resolución del Congreso acordó que, en tres años, ese salario-hora mínimo debería pasar a 7,25 (5,25 euros). Se calcula que en estos momentos hay 13 millones de norteamericanos que cobran estrictamente ese mínimo. Pero, en 13 Estados de la Unión, el salario mínimo o no está establecido o incluso está por debajo del acuerdo federal. Los datos apuntan asimismo que la mitad de los trabajadores del país, casi 60 millones, no tienen cubiertos salarialmente los días de enfermedad, y ello provoca muchos problemas de presencia de personas enfermas o con mermas significativas de sus facultades en sus lugares de trabajo. Es evidente que el tema afecta sobre todo a las personas que trabajan por horas o a los de salarios más bajos.

Por otro lado, hay muchas Main Street en el mundo que ven también con alarma los efectos que sobre sus comunidades va a tener la crisis financiera. La tradicional tacañería norteamericana en relación a la ONU o a otros organismos de cooperación y ayuda internacional, o su intransigencia en lo concerniente a la deuda externa de los países en desarrollo, se ve ahora dramáticamente en entredicho al comprobar la generosidad con que se abordan los problemas de los classmates, los colegas de los tiempos universitarios. “El dispendio con Fannie Mae and Freddie Mac”, afirma Alex Wilks, director del European Network on Debt and Development, “representa cuatro veces la deuda pública externa de todos los países en vías de desarrollo”. Evidentemente, desde esos países el temor es creciente en relación a un futuro en el que Estados Unidos socializa con el mundo sus pérdidas, mientras refuerza los privilegios de sus élites. Ahora entendemos cuáles son las ventajas de la globalización.

En un país que ha visto crecer la desigualdad y la vulnerabilidad en los ocho años de Administración republicana, resulta escandaloso que suenen todas las alarmas sólo cuando los afectados son los sectores más privilegiados del “establishment” económico-político-financiero. Algunos de los centenares de grupos movilizados en las últimas semanas contra el plan de rescate sólo para algunos, entienden que es precisamente esta escandalosa situación la que va a constituir una importante oportunidad para modificar no sólo el sistema financiero estadounidense, sino también para influir en otra manera de entender la política y sus relaciones y connivencias con las élites económicas.

El problema es que para muchos de los que peor lo pasan las elecciones y el sistema político no han ofrecido hasta ahora esperanza alguna. Si la comunidad hispana con derecho a voto representa el 15% del electorado, sólo el 6,5% usó esa prerrogativa en las últimas elecciones presidenciales.

Quizá para que nos hagan caso y no dejen de nuevo el futuro en manos de los de siempre podríamos recordar las palabras de Adam Smith en su clásico La Riqueza de las Naciones: “Cualquier nueva ley o regulación del comercio que provenga de los directamente beneficiarios de los negocios ha de ser asumida sólo tras larga y cuidadosa comprobación. Provienen de un tipo de personas cuyo interés nunca es el de la gente, y que más bien pretende decepcionar sus esperanzas y seguir oprimiéndola”.


Joan Subirats - El País

Paraisos Fiscales, ¿hasta cuándo?

La cumbre de Washington parece que afrontó el problema de los paraísos fiscales, como territorios que plantean "riesgos o actividades financieras ilícitas" o por su falta de cooperación en cuanto no cumplen las normas internacionales sobre "secreto bancario y transparencia". Las medidas que, en su caso, se acuerden, su alcance y su efectiva observancia por el sistema financiero, resultan indispensables para sentar las bases de la solución de la presente crisis.

El Banco de España, ya en la Memoria del 2004, de supervisión bancaria, llamó la atención sobre la presencia de la banca en los "establecimientos off-shore". La entidad, además de admitir los paraísos fiscales como espacio de la actividad bancaria, los reconocía como un problema grave por cuanto puede afectar a los "posibles riesgos de reputación" de las entidades por su actuación en dichos territorios, por la posibilidad de operar sin presencia o con escasa presencia física, por el secreto bancario y las ventajas fiscales. Sobre todo, por cuanto tienen como principal finalidad --un secreto a voces-- la captación de fondos de residentes españoles, por lo general de una gran fortuna, ocultando su identidad y con importantes ventajas fiscales; es decir, contribuyendo al fraude. Pero la señal de alarma no resultó muy eficaz.

Bastan dos muestras. Por un lado, según datos de la Securities Exchange Commission norteamericana, equivalente a la CNMV española, el Grupo Santander, en el ejercicio del 2007, tenia una fuerte presencia --33 sociedades-- en varios paraísos fiscales, como Jersey, la Isla de Man, Guernsey, las Islas Cayman y las Bahamas, con un total de capital y reservas que rondaba los 5.000 millones de euros. Además de diversas sociedades radicadas en Panamá, Luxemburgo, Holanda y Suiza. Y, por otra parte, este año la Comisión Europea reconocía las lagunas legales existentes en las disposiciones comunitarias que habían favorecido la evasión fiscal de acaudalados ciudadanos europeos, también españoles, a través de Liechtenstein, burlando dichas disposiciones mediante la interposición de entidades pantalla para eludir su identidad.

Pero el problema no es en absoluto nuevo. Es más, es gravísimo ante una realidad económica que estimula el recurso a esos espacios de impunidad. En España, hay un crecimiento cada vez mayor de las personas físicas que ganan más de un millón de euros al año, hasta el punto de que es uno de los 10 países del mundo con más millonarios. Igual ocurre con el incremento de personas que ganan al año más de 24 millones de euros, que, según fuentes solventes (el Banco de Inversiones Merrill Lynch y la Consultora Cap Gémini), son 1.500, aun cuando se- gún la Agencia Tributaria española, solo 65 declaran ese nivel de renta. Mientras tanto, la Agencia Tributaria reconoce que el fraude fiscal alcanza el 10% del PIB y se concentra en los grupos más poderosos de la población.

En 1998, la OCDE publicó un informe en el que denunciaba que los paraísos fiscales erosionan las bases imponibles de otros países, limitan el bienestar global y vulneran la confianza de los contribuyentes en la integridad y la justicia de los sistemas fiscales. En efecto, está acreditado que la inversión española en dichos territorios, entre 1998 y el 2000, constituía el 3,4% de la inversión española en el exterior, es decir, unos 1.219 millones de euros.

Y, ante la quiebra de la italiana Parmalat, el Parlamento Europeo, en el 2004, aprobó una resolución que, entre otras cosas, planteaba "establecer directrices sobre los centros territoriales y otros paraísos financieros opacos" y "considerar la conveniencia de revisar las normas y principios de la OCDE sobre ... la liberalización de los movimientos de capital para reforzar la protección de los inversores".

Y muy escaso efecto han debido de producir los 10 tratados internacionales --llamados Canjes de Nota-- que el Gobierno español celebró en el 2005 con otros tantos paraísos fiscales para favorecer un intercambio de información tributaria de muy limitado alcance. Tratados ciertamente sorprendentes, dadas las recomendaciones del Banco de España, la valoración de dichos territorios por la Agencia Tributaria como zonas de "riesgo fiscal" y el hecho de que continúan considerados legalmente como sospechosos de dar cauce al fraude fiscal internacional.

Mientras, a la espera de que se concreten los acuerdos de Washington, lo cierto es que los países miembros de la OCDE incumplen de forma generalizada la recomendación 23 de esta organización, que, hace muchos años, ya exigió, para hacer frente al blanqueo de capitales, asegurar "que las instituciones financieras estén sujetas a una regulación y supervisión adecuadas". El patente incumplimiento de esta y otras disposiciones, subordinadas a los principios más liberales de la economía de mercado, están entre las causas de la actual crisis y sus desastrosos efectos en las economías más débiles.

Los paraísos fiscales, pues, subsisten como expresión y baluarte de los negocios ocultos, del dinero sucio y de un secretismo que impide saber si los flujos económicos que protegen proceden del tráfico de drogas, del tráfico de personas, del tráfico de armas o de la fraudulenta evasión fiscal.


Carlos Jiménez Villarejo - Comité de Apoyo de ATTAC España

El termómetro del miedo: Tipos de interés

El Estado Español tiene menos solvencia que Coca-Cola

Las burbujas no le sientan igual a todo el mundo. Mientras que España sigue teniendo problemas para digerir la suya, de origen inmobiliario, Coca-Cola está tan fresca con las que caracterizan a su popular refresco. Así se refleja en los denominados CDS (credit default swaps), los seguros de crédito creados en los mercados financieros para cubrir el posible impago de un emisor de deuda.

Antes de estallar la crisis, el CDS de la compañía norteamericana superaba con claridad al español, algo normal ya que el riesgo adherido a un país como España, que tiene un rating triple A -la mayor calificación crediticia posible-, es inferior al de una compañía privada, por mucho que se llame Coca-Cola. Hace un año, el de España no llegaba a los 20 puntos básicos, mientras que el de la compañía se acercaba a los 25.


El panorama, sin embargo, ha cambiado sobremanera desde los históricos acontecimientos de septiembre, sobre todo con la quiebra del banco Lehman Brothers. Desde entonces, el mercado ha pasado a considerar que un país, por mucho con una matrícula crediticia triple A, puede incluso poseer más riesgo de impago que una empresa. Y eso es lo que ha ocurrido con el CDS de España y de Coca-Cola, ya que el primero se ha disparado hasta los 103,5 puntos, frente a los 93,2 de la compañía de refrescos.

O lo que es lo mismo, en la actualidad resulta más caro asegurar la deuda española que la de la empresa de refrescos, lo que identifica el cambio de la percepción de riesgo entre los inversores. Así, para asegurar un millón en deuda española habría que desembolsar 10.350 euros, frente a los 9.320 euros en el caso de Coca-Cola, ya que por cada 100 puntos básicos hay que pagar un 1% de la cantidad que se quiere cubrir.

Este ejemplo pone de relieve el deterioro de la imagen de España en los mercados financieros. En la actualidad, nuestro país es el tercero del que más recelan los inversores dentro de los países de la eurozona que poseen calificación triple A. Sólo Irlanda, con 204,2 puntos básicos, y Austria, con 150,7 puntos básicos, superan a España. Por el contrario, Alemania (47,9), Francia (58,9), Finlandia (65,8) u Holanda (90,1) despiertan menos sospechas y también rebasa a otros con peor calificación, como Portugal (99). "Cuando el precio del CDS repunta ya constituye, de facto, una rebaja de rating, ya que refleja un deterioro de la situación de ese emisor en los mercados", explica Anton Brender, economista jefe de Dexia.

Publicado por "El Economista"

En la red: Maddof

¿Cómo es posible que nadie supiera nada? Las incógnitas del escándalo Madoff

La descomunal estafa de Bernard Madoff plantea una enorme cantidad de preguntas sin respuesta, al menos hasta que avance la investigación judicial. La principal es cómo es posible que nadie supiera nada, ni los responsables de los fondos que gestionaba, todos ellos firmas de primera fila en el panorama internacional de la gestión de activos, ni los auditores de la propia firma de Madoff, ni siquiera la mismísima SEC, el todopoderoso supervisor bursátil de EEUU que ha hecho un ridículo tan espantoso como el de la CNMV en Gescartera.

La SEC supervisaba en teoría a la firma de brokerage de Madoff (Bernard L. Madoff Investment Securities), no a la de gestión de fondos (que, para más inri, ni siquiera tenía estructura jurídica de gestora, sino de advisor, es decir, asesor de inversiones) Bernard L. Madoff Investment LLC, que estaba situada en otro piso del mismo edificio de Nueva York. De hecho, el broker pasó la última inspección en 2005, en la que se le acusó de varias prácticas contrarias a las normas de mejor ejecución de las órdenes. Pero parece inconcebible que la SEC, con un cuerpo de 796 inspectores para estas firmas, no investigara en ningún momento las relaciones entre el broker y la gestora desde que ésta fue registrada en el supervisor en 2006.

Este es un punto relevante, puesto que distintos medios han justificado la inoperancia de la SEC en que se trataba de una gestora offshore con un número reducido de clientes, lo que la deja fuera de la supervisión según la legislación norteamericana a la que se acoge la mayoría de los hedge funds. Sin embargo, Madoff registró su firma hace dos años en EEUU, sin que fuera inspeccionada en ningún momento desde entonces, según informa Bloomberg.

No se trata sólo de la SEC. Para empezar, el propio auditor de Madoff debería haber dado la voz de alerta de que todo el tinglado era un gran fraude. Las sospechas se centran en que no se trata de una de las cuatro grandes de la auditoría, sino de una pequeñísima firma llamada Friehling & Horowitz, que al parecer vivía de un único cliente: Madoff. Luego no es difícil deducir que le hacía las auditorías a su entera satisfacción.

Pero lo que parece más inconcebible a los profesionales españoles del sector es que no se diera cuenta ninguna de las firmas que tenían fondos gestionados por Madoff. Estamos hablando de grandes nombres internacionales como Fairfield, Optimal (grupo Santander), Kingate (del grupo italiano SIM), el gigante suizo de la banca privada UBP, la conocidísima firma de hedge funds Tremont -que elabora el índice Crédit Suisse Tremont-, Nomura, Pioneer (del grupo Unicredito), BNP Paribas, etc. Todas ellas firmas de intachable reputación, con muchísimos años de experiencia y enormes equipos dedicados al análisis en profundidad de los fondos en los que invierten, lo que se conoce como due dilligence, y de gestión de riesgos. De hecho, el famoso Fairfield de Andrés Piedrahita tenía un equipo en Bermudas dedicado en exclusiva a Madoff.

Y, pese a todos estos medios, nadie se dio cuenta de nada. Con el agravante de que recibían diariamente las operaciones (trades) que supuestamente hacía Madoff con sus fondos. ¿Qué hacían con esos informes? ¿No los cotejaban nunca? ¿Eran todas las operaciones falsas? ¿Cómo las disfrazaba?, se pregunta un profesional con años de experiencia. Es más, no se entiende que, si los fondos eran suyos y no de Madoff, los activos deberían estar segregados contablemente y no lo habrían perdido todo, como así ha sido, sostiene esta fuente.

Otro experto señala que todo el mundo veía cosas raras y coincidía en que era imposible ganar año tras año como Madoff con una estrategia de gestión tan sencilla como la suya, pero nadie encontró nada. Y no estamos hablando de un Antonio Camacho que desaparece con el dinero de la noche a la mañana, sino de un señor que estaba estafando desde hace años y que seguía en su oficina hasta que han ido a detenerle, añade.

¿Y de dónde salen los 50.000 millones? Quizá la incógnita más alucinante sea la del propio importe de la estafa: según las informaciones publicadas por los medios norteamericanos, Madoff gestionaba 17.000 millones de dólares a principios de año, que ahora debería ser menor ya que han sido precisamente los reembolsos (cifrados en 7.000 millones) los que han derrumbado el edificio piramidal en que se basaba el negocio. Entonces, ¿de dónde salen los 50.000 millones en que se ha cifrado el fraude? ¿Cómo se explica la diferencia?

Tantas y tan importantes incógnitas han dado pábulo a teorías conspirativas que empiezan a hacer fortuna en el mundillo: Las gestoras que tenían fondos gestionados por Madoff no son víctimas, sino cómplices de la estafa. Era imposible que nadie supiera lo que estaba pasando; tenían que saberlo y, aun así, miraron para otro lado y siguieron vendiendo estos productos con la esperanza de que nunca iba a descubrirse la estafa. Ahora ha llegado su hora, explica un profesional convencido de esta conspiración.

Publicado en "El Confidencial-Cotizalia"

En la red: La revuelta de Grecia

¿Pueden repetirse en España los sucesos de Grecia?

Cuando Gertrude Stein dijo a Hemingway aquello de ‘You're all a Lost Generation (algo así como ‘todos vosotros formáis parte de una Generación Perdida’) no sabía la que había liado. El propio Hemingway se encargó de divulgar a los cuatro vientos esa expresión, y desde entonces el concepto de generación perdida se aplica de forma recurrente. Como una especie de metáfora del fracaso juvenil.
A veces se ha utilizado ese vocablo para referirse a ciertos momentos históricos en los que una generación es dilapidada por falta de oportunidades, y que vive atrapada por una evidente disfunción entre la realidad y lo que promete el sistema económico. No hay empleo, y el que hay es de baja calidad y de escueto salario, lo que puede explicar los brotes de ira juvenil que periódicamente saltan a la opinión pública.


No se trata de movimientos políticamente articulados, pero tienen un sustrato común: su aversión hacia un sistema político que les promete lo que no puede cumplir. Ciertos analistas -como Gustavo de Arístegui- han identificado esos movimientos como radicales y violentos, y los han llegado a situar en una extrema izquierda rayana con el fascismo de los años 30, donde al calor del desempleo que provocó la República de Weimar se creó un caldo de cultivo que hizo posible el resurgimiento de los totalitarismos.

Arístegui, al igual que otros autores, sitúa el origen de ese movimiento antisistema en la ciudad norteamericana de Seattle, la patria de Microsoft, donde decenas de miles de jóvenes reventaron en 1999 la cumbre de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Aquellas protestas retrasaron la liberalización del comercio mundial, y a la vista del éxito mediático y organizativo tuvieron continuidad en los años posteriores. Con especial intensidad en la asamblea anual conjunta del FMI y el Banco Mundial celebrada en Praga casi un año después.

Muchos analistas conocen ese movimiento antisistema como N-30, toda vez que la batalla campal de Seattle comenzó un 30 de noviembre. Inicialmente se habló de ellos como contrarios a la globalización, pero posteriormente se han identificado como alterglobalización. O lo que es lo mismo, no se ataca la libertad de comercio, sino el imperialismo de nuevo cuño que imponen las empresas multinacionales y los gobiernos democráticos de los países más desarrollados a las naciones más pobres del planeta. La frase ‘Otro Mundo es Posible’, resume su ideario.

Los sucesos de Grecia han devuelto a la actualidad aquellos sucesos. ¿Estamos ante una nueva revuelta callejera protagonizada por jóvenes desencantados con el sistema económico? O, simplemente, como sugiere Arístegui, ¿estamos ante algaradas instrumentadas por poderes ocultos que lo único que quieren es acabar con la democracia que proclama Occidente?


Desconozco si Arístegui estuvo personalmente en la cumbre de Seattle o Praga, pero para los que callejeamos en aquellos días por la capital checa parece difícil creer (y menos observar) que detrás de aquellas protestas se escondía una ‘mano invisible’ -muy distinta a la de Adam Smith- empeñada en cambiar el curso de la historia a golpe de adoquinazo o coctel molotov. Parece obvio que en aquellas revueltas participaron grupos violentos que recuperaron los movimientos de guerrilla urbano de la Italia de los años 70, pero sería absurdo pensar que detrás de esas acciones no existe un descontento real de miles de jóvenes insatisfechos. Hartos de ver tanta miseria por televisión. La ajena y la propia. La violencia (a todas luces una calamidad) es, por lo tanto, la expresión más evidente de la decepción juvenil. La consecuencia más lamentable, pero no la causa del problema.

La yesca ha prendido circunstancialmente (por la muerte de un joven), pero parece evidente que detrás de este tipo de revueltas siempre hay condiciones objetivas que explican su expansión. Ocurrió en Los Ángeles hace 16 años (caso Rodney King). O más recientemente en París, tras la muerte de dos chicos que huían de la policía, y después de que un tal Nicolás Sarkozy (por entonces ministro del Interior) llamara "escoria" a los manifestantes.

El león dormido del descontento social es el que puede salir del su letargo en cualquier momento. Y ahí está aquel célebre ‘cojo Manteca’, que se hizo célebre a mediados de los años 80 y se llevó por delante al ministro Maravall. Que nadie olvide que en Grecia el paro afecta al 21,4% de la población menor de 25 años, mientras que en España la tasa de desempleo entre ese colectivo se sitúa ya en el 25,3%. Mientras que el paro en Grecia (en el conjunto de la población) se sitúa en el 7,5%, en España (datos desestacionalizados) se alcanza ya el 12,8%.

Habrá quien piense que la realidad en ambos países es distinta debido a que España es más rica que Grecia (106% de la media de la UE frente al 95% en el caso heleno en términos de poder de compra); pero no estará de más recordar que el porcentaje de jóvenes entre 20 y 24 años que ha superado el último curso de la educación secundaria es sensiblemente mayor en Grecia (un 82%) que en España (61%), donde, además, la población inmigrante es netamente más elevada.

Puede servir de consuelo pensar que el Estado de bienestar español es más abundante que el griego, pero se equivocan quienes crean que así son las cosas. La protección social en España representa el 20,8% del PIB, mientras que en la patria de los Karamanlis y los Papandreu (las dos familias que han gobernado el país en el último medio siglo) se alcanza el 24,2% del Producto Interior Bruto. En ambos países, además, el riesgo de pobreza es similar, en torno al 21% de los hogares. Y frente a lo que suelen repetir los medios de comunicación estos días, Grecia disfruta -en medio de una severa recesión en la UE- de una sólida prosperidad económica. Desde 1999, crece por encima del 3% (salvo el 2,9% cosechado en 2005), y este mismo año cerrará el ejercicio en un más que digno 3,1%. Pero es que la Comisión Europea ha estimado un aumento del PIB por encima del 2,5% para los dos próximos ejercicios. frente a la recesióin española.

¿Quiere decir esto que estamos ante próximas revueltas sociales en España? No necesariamente, siempre que se hagan bien las cosas y funcionen los sistema de alerta social. Lo positivo es que por el momento se trata de revueltas sociales que no están articuladas políticamente, lo que impide que ese caldo de cultivo fructifique. ¿Hasta cuándo?

Publicado en "El Confidencial"

Pensar lo impensable

por Serge Halimi, Director de Le Monde diplomatique, París.

En los últimos treinta años, el ultraliberalismo impuso su pensamiento; creó un mundo basado en el individualismo, más calculador, menos solidario. Rechazó en nombre del mercado y de las cuentas fiscales ordenadas toda medida destinada a mejorar la vida de los ciudadanos y de los desamparados del mundo. Era sencillamente imposible. Logró al contrario una fabulosa transferencia de recursos del bien público a los bolsillos privados, invirtiendo la lógica de la redistribución. Hoy, la trampa se ha desarmado. En nombre de los bancos, todas las reglas se han infringido. Sin embargo, los ideólogos del capitalismo pretenden salvarlo con un simple lavado de cara. ¿Dónde está la izquierda?

Así que todo era posible. Una masiva intervención financiera del Estado. El olvido de las obligaciones del pacto de estabilidad europeo. La capitulación de los bancos centrales ante la urgencia de una reactivación. Poner en la mira a los paraísos fiscales. Todo era posible porque había que salvar a los
bancos.

Sin embargo, durante treinta años, la más mínima idea de una alteración cualquiera de los fundamentos del orden liberal, con el propósito, por ejemplo, de mejorar las condiciones de existencia de la mayoría de la población, chocó con el mismo tipo de respuesta: todo esto es bien arcaico; nuestra ley es la globalización; las cajas están vacías, y los mercados no lo aceptarán; ¿ustedes saben que el Muro de Berlín se cayó? Y durante treinta años, la "reforma" se hizo, pero en el sentido opuesto. El de una revolución conservadora que entregó a las finanzas franjas cada vez más espesas y más jugosas del bien común, como los servicios públicos privatizados y metamorfoseados en máquinas de dinero en efectivo, "creadoras de valor" para los accionistas. El de una liberalización de los intercambios que atacó a los salarios y a la protección social, obligando a decenas de millones de personas a endeudarse para preservar su poder de compra, a "invertir" (en la Bolsa, en los seguros) para garantizar su educación, prever sus enfermedades y preparar su jubilación. La deflación salarial y la erosión de la protección social dieron origen y luego fortalecieron la desmesura financiera. Porque la creación del riesgo alentó a garantizarse contra él. La burbuja especulativa se adueñó de las viviendas, a las que transformó en colocaciones. Sin interrupción, fue inflada por el helio ideológico del pensamiento de mercado. Y las mentalidades cambiaron, volviéndose más individuales, más calculadoras, menos solidarias. Entonces el crack de 2008 no es, en primer lugar, técnico, corregible mediante paliativos tales como la "moralización" o el poner fin a los "abusos". Es todo un sistema lo que cayó por tierra.

En torno a ese sistema se afanan aquellos que esperan levantarlo, revocarlo y barnizarlo, con el fin de que mañana le inflija a la sociedad un nuevo juego sucio. Los médicos que hacen la mímica de la indignación ante las (in)consecuencias del liberalismo son los mismos que le suministraron todos los afrodisíacos -presupuestarios, reglamentarios, fiscales, ideológicos- gracias a los cuales se ha gastado sin límites. Deberían considerarse como descalificados. Pero saben que un ejército político y mediático completo va a dedicarse a blanquearlos. Así, tanto Gordon Brown, el ex ministro de Finanzas británico, cuya primera medida fue otorgar su "independencia" al Banco de Inglaterra, como José Manuel Barroso, que preside una Comisión Europea obsesionada por la "competencia", y Nicolas Sarkozy, artesano del "blindaje fiscal", del trabajo los días domingo, de la privatización del Correo, parecieran dedicarse a una "refundación" del capitalismo...

Su descaro proviene de una extraña ausencia. Porque, ¿dónde está la izquierda? La oficial, la que acompañó al liberalismo, la que desrreguló las finanzas durante la presidencia del demócrata William Clinton, la que desindexó los salarios con François Mitterrand antes de privatizar con Lionel Jospin y Dominique Strauss-Khan, la que cortó de un hachazo las asignaciones que se pagaban a los desempleados con Gerhard Schröder, evidentemente no tiene otra ambición que dar vuelta lo más rápido posible la página de una "crisis" de la cual es co-responsable.

Sí, pero, ¿y la otra izquierda? ¿Puede en un momento así contentarse con desempolvar sus proyectos más modestos, útiles pero tan tímidos, como la tasa Tobin, el aumento del salario mínimo, un "nuevo Bretton Woods", las granjas eólicas? Durante las décadas keynesianas, la derecha liberal pensó lo impensable y aprovechó una gran crisis para imponerlo. Desde 1949, Friedrich Hayek, el padrino intelectual de la corriente que iniciaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher, les había explicado: "La principal lección que un liberal consecuente debe sacar del éxito de los socialistas es que su valentía para ser utópicos (...) hace cada día posible lo que hasta hace muy poco tiempo parecía irrealizable".

Entonces, ¿quién propondrá el cuestionamiento del núcleo del sistema, el librecambio[1]? ¿"Utópico"? Hoy todo es posible cuando se trata de los bancos...

Traducción: Lucía Vera
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1 En agosto de 1993, el premio "Nobel" de Economía, el ultraliberal Gary Becker, explicaba: "El derecho del trabajo y la protección del medio ambiente se han hecho excesivos en la mayoría de los países desarrollados. El librecambio va a reprimir algunos de esos excesos obligando a cada uno a seguir siendo competitivo ante las importaciones de los países en vías de desarrollo".