Un movimiento de hace 40 años aparece ahora como el responsable de los males
Ya Sarkozy aprovechó su anterior campaña electoral para criticar los valores de las revueltas estudiantiles sesentayochistas. Dichos valores habrían propiciado la aparición de una "crisis moral" sustentada sobre los principios del "todo vale", "que no hay diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo, que el alumno vale lo mismo que el profesor, que la víctima cuenta menos que el delincuente"; en definitiva, que "ya no hay valores, no hay más jerarquías".
El acto público al que antes me he referido ha seguido este mismo guión. Libertad sí, pero con autoridad, y defensa de los "auténticos" valores y principios. ¿Y qué mejor forma de demostrarlo que crear un maniqueo al que poder zurrar y mediante el cual expresar la superioridad de su ideología del orden y la autoridad? El ataque, ya lo sabemos por la polemología, es la mejor forma de defensa. Exorcicemos, pues, los demonios de la izquierda, representados por el ya lejano 68, para no tener que dar explicaciones por el desastre al que ha conducido la irresponsable aplicación de la ideología neoliberal en la globalización económica. ¡Qué curioso, un movimiento de hace 40 años aparece ahora como el responsable de los males contemporáneos y se oculta la verdadera fuente de la enfermedad! Recordemos que el discurso neoliberal llevaba años predicando las bondades de la desregularización, la flexibilización y la privatización. Muchos de quienes nos metieron en esta crisis -esos antes afamados "tiburones financieros"- se han ido de rositas, ¿lo pretenden ahora también sus inductores intelectuales?
Con todo, lo más interesante de observar es que la derecha española no sólo tiene un problema con el discurso emancipatorio de la izquierda, lo tiene con el propio liberalismo. Le gusta en su dimensión económica, pero le da vértigo el respeto que éste tiene por las libres elecciones morales de cada cual. Es la curiosa contradicción del liberalismo conservador. Por un lado, excita las pasiones de la competitividad y la ilimitada promoción del propio interés, que hay que maximizar a toda costa; pero, por otro, trata de domesticarlas apelando a los valores fuertes de familia, patria y religión. Fomentar la impulsividad egoísta y el individualismo económico, sí, siempre que haya un sistema de frenada inspirado en los valores tradicionales.
Ésta es la hipocresía ante la que se rebelaron los hijos del 68. Lo que éstos proponían es que había que invertir los términos de la ecuación. Es decir, fomentar la solidaridad social y la intervención en las cuestiones económicas, pero liberar las elecciones individuales en cuestiones morales y formas de vida. Y su logro fue haber emancipado a las sociedades desarrolladas de la caspa y las rígidas estructuras de poder de la sociedad de posguerra. Una las principales consecuencias de Mayo del 68 fue, en efecto, la incorporación directa a la vida política de los jóvenes y las mujeres a los que enseguida se unirían otros grupos hasta entonces marginales, integrados en "nuevos movimientos sociales". Lo que entonces parecía "imposible" resultó no serlo, aunque muchos de sus elementos utópicos se quedaron por el camino y, como saben muy bien los sociólogos, pronto se produjo una síntesis entre este discurso neoprogresista y el más tradicional. Pero el genio ya había salido de la botella y el pluralismo de valores fue una realidad que no era fácil de conjurar apelando a los "auténticos" valores.
Lo que la derecha parece ignorar, sin embargo, son las consecuencias de su propia revolución, la "revolución neoliberal" promovida por Thatcher y Reagan, con su desprestigio de lo colectivo y su entronización del privatismo egotista. Su efecto corrosivo sobre los mecanismos de integración a partir de los valores cívicos compartidos, los únicos capaces de salvar la convivencia del nuevo pluralismo valorativo, pronto saltaron a la vista. Más que los sesentayochistas, el responsable del debilitamiento de la estabilidad y la cohesión social y de la proliferación de esos "zombies nómadas de la sociedad del yo" (Sloterdijk) de los que ahora tanto abominan ha sido esa ideología que está detrás del fomento de un individualismo desaforado y del hiperconsumo que requiere el nuevo sistema económico. Ésa es la revolución que más ha marcado el presente.
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